Supongo que la vida a veces está regida por números. Un grupo estaba formado por seis personas, y de repente una desaparece. He visto lo rápido que trabajaron para tapar su hueco, sin importar cómo ni con qué. Y mira que lo avisó, que no iba a volver si la cambiaban por otro... Y allí está, sola y confusa, continuando su vida, hasta que encuentre otro número que redondear con su presencia. Quizá aquellas cinco personas la echen de menos (otro signo matemático) pero ya no hay forma de acercarse a ella. No pueden haber dos seises. Ella no lleva el número siete tatuado en la piel. Eligieron y la perdieron.
Ayer Amanda estaba entrando a clase por la mañana, y hablando con una amiga. La conversación finalizó así:
- No me importa que lo vea todo el mundo. ¿Es que ellos no han llevado nunca?
- ¡Caray, estás hecha una rebelde!
La chica apartó la mirada y le sonrió agitando la cabeza. No le importaba dar imagen de excéntrica, o libertina, o cualquier adjetivo, en aquel lugar. Ya no buscaba la aprobación de nadie, y ya le daban igual las opiniones de los demás. Las miradas recelosas propias de jueces altaneros le traían sin cuidado, y actuaba ante ellas sonriendo y sin darles importancia. Pasaba de largo con una mirada desafiante, sintiéndose extrañamente fuerte, distinta y orgullosa. Aquél edificio gris estaba lleno de gente que se agrupaba sin ton ni son para formar números grandes, pero que en realidad no llegaban al cuatro. Se peleaban para demostrar quién de todos era más mezquino y ruin mientras se disfrazaba de ángel. En todos los lugares hay, como Amanda, alguien que no quiere formar parte de la lista, y se arranca el
número de la piel... pasando a ser un cero a la izquierda. Siendo criticado por los demás, se embarca en la búsqueda de otros como él.
Algunos afortunados la encuentran.
Otros creen haberla encontrado.
La amistad solo es una costumbre, no existe por sí misma. Puede que uno se acostumbre a convivir con otra persona, a ver sus sentimientos, a comprenderla. Pero todo cambia y poco a poco las prioridades se reordenan en estructuras sin vuelta atrás.
Lo que más nos duele es la pérdida de costumbres, así como en el pasado los antiguos y gente sencilla era advertida por su instinto contra las novedades. Perder la costumbre, como un beso de despedida, una llamada, caminar cogidos de las manos, un abrazo. Cuando sabes que nada será igual y no quieres que vuelva. El número ha sido arrancado de raíz creando un agujero. El tiempo pasa y al final lo normal es estar solo, y eres feliz porque ya es usual. Aunque inconscientemente deseas volver a tu lista... volver al río en vez de estar en el mar.
Archivas con los días nuevas costumbres que te hacen madurar y ser mejor persona. Has conocido cosas nuevas, las has superado, ya no necesitas los números para nada. Ahora ves a través de ése agujero que cubría tu alma como una máscara. Ahora eres única por tí misma, no hace falta un marco ni un nombre para tí. Cambia la gente que te rodea, cambia la forma de hablar, de pensar, de sentir. Los huecos vuelven a ocuparse antes o después, y te sientes mejor, erquida, llena. No cuesta trabajo sonreír, aunque pensaste que tu vida se había detenido.
Los amigos no existen... los conocidos sí.
Porque nada es eterno.
Solo son costumbres.