jueves, 23 de octubre de 2008

La bestia blanca







quizá, al final, de un modo u otro todo se reduce a esto.

Una lección que debería haber aprendido hace mucho tiempo.

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Han pasado muy pocos días desde que empecé la universidad. En realidad casi un mes, aunque me está pasando lo de siempre. Aún no estoy muy concienciada de que tengo el tiempo justo. Sí me esfuerzo, no pierdo ningún día de clase, llego a la hora y procuro atender todo el rato. Que esto no es bachiller, que esto no es la ESO. Que no hay ningún selectivo detrás. Es más importante todo.

Pero en cierto modo, no puedo preocuparme. He conocido gente maravillosa. Aunque casi no haya pasado tiempo con ellas lo veo, lo presiento. Estoy a gusto. Contamos las unas con las otras. Y si bien somos diferentes todas, coincidimos. Tenía ganas de esto. Tenía ganas del borrón y la cuenta nueva.

Aún así, ya he empezado a captar el olor putrefacto de algunas personas que me rodean. Reconozco el olor de los lobos bajo las pieles de oveja. Puedo ver sus ojos amarillos y sedientos. Y ellos también me ven a mí. Saben que lo sé.

Me noto más espabilada, más seria, más fría. En definitiva, más metida en mí misma. Y cuesta hacerme salir del cascarón, pero es que estoy bien protegida aquí. Mejor ir paso a paso que saltar al vacío sin pensar. Me falta pasión, me faltan ésas gracias irreflexivas que a veces solamente yo entendía, me falta mi anterior yo.
Y, aunque no me faltan las sonrisas a bocajarro y el dar abrazos, intento tomármelo todo con más calma. Pensando antes de actuar. Evitando caer en viejos errores. Se acerca el invierno.

La verdad es que no me va nada mal.
Mi vida sigue en calma, y aunque llueva no me pongo triste. Ni una sola lágrima ha vuelto a recorrer mi mejilla. He olvidado todo lo que me hacía daño y estoy en un punto zen. Jamás desaparecerá ése puntazo de ira que atraviesa mi ser y me hace saltar con las garras abiertas cuando oigo la palabra "tonta". Jamás desaparecerá ése silencio momentáneo e incómodo que se extiende como una atmósfera gélida segundos después envolviéndolo todo.
Pero tras ello el dragón se calma, y simplemente contesto "Tú también" con una sonrisa. La sierpe se enrosca y se hunde en su sueño otra vez, en un duermevela constante.

Pierdo la vista en la lluvia y alguien me abraza riéndose.
Siento el calor junto a mi cuerpo y me relajo poco a poco.

El cielo derrama el agua sobre el asfalto gris.
Todo está en silencio, la luz es pálida, una estrella brilla.

Huele a nieve.

Todo son recuerdos, lo sé. Se agrupan en mi memoria de dos en dos.
Sobreviví a las batallas aunque dejaran cicatrices.


El enemigo fue fuerte.

Pero ahora yo lo soy más.


lunes, 13 de octubre de 2008

Tardes de lluvia



Apoyo la mano en el cristal. Al otro lado la lluvia se derrama desde las nubes, intentando aplastarlo todo a su paso. Estoy a salvo, bajo este techo, en este cuarto. Miro cómo se estremecen las copas de los árboles en medio de toda ésa luz gris y me pregunto cuándo volveré a caminar bajo la lluvia.

En este lugar tan alejado, tan alejado de la mano de dios o de cualquier otra cosa, solo hay cabida para el agua del mar. No puedo compartirlo con nada más. Sigo caminando, caminando, caminando, sin mirar hacia atrás pero recordando en todo momento de dónde llegué.

Las montañas se elevan e intentan rasgar las nubes, asomar su cabeza más allá de ésa superficie de lluvia y hielo para mirar directamente al sol. Las miro y me gusta pensar que lo consiguen.

Desde aquí abajo puedo sorprenderme de todo, admirar la grandeza de todo lo que me rodea, sentirme pequeña, una hoja más que se lleva el viento hacia un puerto desconocido. Me pregunto cuándo descansaré en el suelo, pero no me da miedo. El día menos pensado, el día menos pensado...

Un gato que recorre su camino con sus silenciosos pasos, una sombra casi imperceptible, que se desliza entre la multitud sin llegar a tocar a nadie. Silencio. Caminar en silencio. Una pieza que no encaja, un alma que no cabe. Caída en el olvido.

Sonríe, el cielo se ha rajado para iluminarte con su sol de invierno. Sonríe. Bajo el rosetón de cristales de color sientes la calidez en tu piel y descubres que ése ha sido tu instante sagrado. Todas las miradas se han clavado en tu piel, han reconocido al lobo solitario que llevas dentro, bajo la piel de cordero.

Y por un instante, antes de que se vuelva a tupir el cielo...
... sabes que eres libre...
... sabes que eres tú.



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Aquí te espero, bajo la rosa de cristal anclada en la pared.
Sé que cuando llegues por fin, el cielo se abrirá en canal, derramando su magia dorada y brillante sobre nosotros.
No sé tu nombre, ni de dónde vienes, ni cómo es tu rostro ni tu voz. A lo mejor nunca lo sabré.
Pero quiero creer que existes.
Quiero creer que me encontrarás.








Búscame.