en ocasiones, veo muertos.

A veces echo de menos mis vendas. Echo de menos los velos y los ojos cerrados. ¿Qué no daría yo por volver a creer? ¿Qué no daría yo por no pensar en nada? ¿Qué no daría yo por seguir a oscuras?
No sé por qué cuando se te cae todo lo que oprimía a tu mente y a tu corazón (un cascarón de vanalidades oníricas) duele tanto. Creo que es porque cuando pasa eso creces demasiado dentro de ese cuerpecito frágil y pequeño, como un tumor monstruoso que no cabe en su propia célula. Así se siente cuando te das cuenta de la verdad, ¿no? Es el alma que se expande, es la impotencia que se siente al darse cuenta de que los sueños no se hacen realidad por mucho que duermas.
Los sentidos me han confundido mucho ya, y creo que por mucho que me esfuerce poniéndome anestesias generales ya no consigo soñar. Supongo que es por despertar tantas veces de golpe, o por la tolerancia de mi cuerpo. Cada vez tengo que ponerme una dosis más grande, y ya no tengo fuerzas.
Y qué curioso es que La Verdad, en vez de luminosa como decía Platón, sea tan oscura. Supongo que es mejor hacerse el tonto que hacerse el listo. O no hacer nada, limitarse a tener esperanzas mientras te pegas golpes contra los muebles.
Siempre es mejor pensar en lo malo, siempre es mejor no esperar nada de nadie, así luego no te decepcionas.
Así ves venir a La Verdad, la saludas como quien saluda a un familiar lejano en un entierro.
Y no pasa nada.

[dentro de nada te darán el carnet de adivina]