sábado, 31 de mayo de 2008

Chaya


Chaya no se consideraba en absoluto princesa, aunque sus padres fueran los reyes de todo lo que podían abarcar sus ojos. Hacía tiempo que había dejado de usar esos vestidos bonitos que tanto furor causaban en la corte, y muy de cuando en cuando se entrelazaba flores en el cabello.
Se había cansado bastante de los caballeros y sus justas, no le interesaba para nada dar sus prendas y que ellos se las anudaran en el brazo antes de cabalgar hacia su oponente con la lanza en alto. Creía que les daba mala suerte. Sir Tyoras había perecido llevando su pañuelo púrpura de seda, y también el joven Sir Erclaf. Sin saber por qué, se sentía culpable de cada una de las muertes, de las paradas de corazón.

Chaya comenzó a vestirse con los ásperos pantalones de montar de su hermano Jensen, que había partido hacia tierras lejanas, cuando murió el segundo caballero en los torneos. En la Corte la llamaban Chaya Leonablanca, y hubiera deseado nacer hombre, a pesar de haber tenido siempre el ideal de caballero perfecto para ser su esposo. Pero eso debía esperar. Antes tenía que hacerse fuerte para soportar el peso del reino sobre sus hombros, y no lo conseguiría paseándose en su litera de oro.

Aunque tenía aspecto temible cuando gritaba con toda su furia, Chaya siempre había tenido buen corazón. Solía lamentar cada caída de cada jinete como si ella fuera la causante, aunque éstos se empeñasen en galopar por terraplenes o luchar en mil batallas por ganarse su amor. A Chaya no le gustaba eso, la buscaban por las flores en el cabello, por los vestidos, por el oro y por sus caderas fértiles que le permitirían parir hijos a cualquier caballero. Chaya los odiaba tanto como los amaba. Y por eso se quedaba sentada en su ventana, escuchando las poesías que le cantaban desde la plaza de armas, sin ganas de bajar.

Cuando se ponía el sol, se echaba en su cama con dosel a leer. Cuentos de amor verdadero, desde luego, de hazañas y gestas, de príncipes que honraban a sus damas con mil victorias y que gritaban sus nombres al viento cuando desenvainaban las espadas. Chaya sabía que nunca tendría eso, que los caballeros de verdad no eran valientes ni honrados. Por eso, antes que renunciar a la esperanza de tener a su héroe, prefería no bajar de su torre.

1 comentarios! =D:

Anónimo dijo...

Era una noche tranquila, el caballero terminaba de llegar de unas grandes planicies donde se había decicido la batalla por el territorio de su monarca. Habían perdido, y en un último acto de cobardía olvidando su honor y su fama prefirió conservar la vida.

Levaba tres noches galopando bajo un cielo estrellado que por otro lado solo lograba que recordase los tormentos de su pasado, las justas libradas y las batallas que se cobraban la vida de miles por el despotismo de uno.

A la tercera noche llegaba a una ciudad un próspero reino, como suponía fue acogido con hospitalida, el tabernero ordenó a su hija que olvidara sus tareas y sanase las heridas en cuanto entró por la puerta (y dejó una bolsa de dinero en la barra), le acomodó una habitación y le sirvió una reconfortante bebida. Se encontraba tomando la cuarta o quinta jarra de cerveza cuando escuchó la conversación de dos charlatanes que llebaban más vino de la cuenta.

- ¿¿Has oído lo de la princesa Chaya?? (hip)
- Si si, que buena está, han muerto muchos por ella y aun no se ha decidido por nadie, yo le daria un buen trago donde me se

Rieron y siguieron bebiendo.

Una luz despertó en la mente del caballero y se levantó para preguntar donde se encontraba el castillo. Por mucho que ya no se considerase hombre la curiosidad y la imaginación interrumpían más los malos recuerdos que una solitaría jarra de alcohol.

Salió con un simple cuchillo dejando su cota, escudo y espada en la taberna esperando no encontrar trifulca alguna en su andar, pendiente en cada esquina y caminando silenciosamente como un gato en la sombra, ya tenía experiencia en otros pueblos donde los forasteros eran robados y apaleados mientras estaban desprevenidos.

Al llegar a la muralla que guardaba el castillo supo que no podría entrar, la puerta ya estaba cerrada y los arqueros de las atalayas dispararían a cualquiera que osase acercarse sin permiso, iba a darse por vencido cuando escuchó los canticos de amor que seguro provenían del patio de armas, como caballero él tambien había tenido que cortejar con engalanadas damiselas más por su posición que por amor de verdad, pensaba incluso que en ningún momento había yacido con una mujer que en verdad acelerase su corazón.

Oculto como había llegado trepó ágilmente a la copa de un árbol y entonces la vió. Una princesa como nunca la tierra podría engendrar, un regalo del cielo que hizo galopar sus latidos por primera vez. Pero aun en la noche y a esa distancia se notaba tras la mirada de desdén que provocaban los cánticos una tristeza profunda y una amarga esperanza.

Con una lágrima resbalando por su delicado rostro dejó el balcón de su torre. En la retina del caballero se guardaba el recuerdo de esa oscura aura que transmitía y sin embargo lo iluminaba por dentro.

Pero nunca pordía alcanzarla, por muchas gestas que hiciera y por mucho que sintiese que el lazo que la unía a ella era fuerte y verdadero no era digno de tan esplendorosa hazaña. Era capaz de arriesgar su vida por sus ideales pero eso ¿A quién podría interesar?
Él ya no tenía honor ni nombre.




_______________________________
(borralo si no te gusta =) )